Administrador: Jaime Galán Rueda jaimegalanrueda@yahoo.es

sábado, 27 de marzo de 2010

MI DOMINGO DE RAMOS


A solo 24 horas de un nuevo domingo de ramos y palmas, los recuerdos del ultimo domingo de ramos que viví en sevilla inundan mi cabeza...
Afrontar un Domingo de Palmas sevillano donde las cofradías se suceden, los momentos transcurren mientras estás en otro sitio y sabes que aún la omnipresencia no es un don humano; lo mejor es no atragantarse con ese manantial inagotable de agua pura de señorío cofradiero. Se acabaron los tiempos de correr y callejear para alcanzar "in extremis" revirás empezadas y público apostado muchos minutos antes.

El Domingo de Ramos no se disfruta en estos tiempos que corren de año en año, sino quizás y no es ninguna locura decirlo, de bienio en bienio. Contemplar en todo su esplendor las 9 realidades cofradieras es una absoluta quimera a no ser que pases por alto las pausas necesarias para el avituallamiento y el descanso; y te conformes con traseras de palio en los momentos finales de una curva aparatosa o afines el oído en decimosexta fila para intentar imaginar momentos deliciosos a los que has llegado inevitablemente tarde.

Con ya una cierta experiencia conviene pegar bien los morros al chorro de las esencias y beber sorbito a sorbito. Y aun así, creánme ustedes, que llegando la madrugada con el Amor en Alemanes y la Amargura en Sor Ángela, la sed cofradiera ya se habrá saciado con las primeras del día y será entonces cuando nos sobrevenga esa sensación angustiosa a la que antes hacía alusión, mientras se oye el Silencio del Cristo del Amor con la majestuosidad de la Giralda al fondo y las palilleras de la banda de Triana cuando el Herodes gana centímetros por las estrecheces del Convento.

Por eso mi Domingo de Ramos siempre alcanza su momento culme cuando la Victoria de la tarde se echa sobre los hombros del Señor del Porvenir seguido por una Paz que transmite la delicadeza de las cosas bien hechas. Pero las intenciones de ver bajar la Borriquita por la "rampla" del Salvador, no se quedan mas que en propósitos iniciales señalados en el programa. Efímeras fueron las sensaciones que vivi en la "Puertalarená" pero grandioso y sublime otro año más.

También fue pleno Domingo de Ramos en la cita con la Hiniesta cuando enfila Trajano, tras una revirá en blanco y negro de boinas caídas en la banda del Arahal, con el Cristo de la Buena Muerte. Como genial fue la desembocadura de la Virgen apresurada por Correduría.

Para gozos del Domingo de Ramos, los de la llegada a Sevilla de la primera de Triana en la tarde que caía por el Aljarafe. Izquierdos antológicos del Misterio de las Penas en la Plaza de la Magdalena, palquillo imaginario de las cofradías del arrabal, control horario de tantas ilusiones e incluso frontera infranqueable para alguna corporación desbaratada por la lluvia que no falla.

Pero no hubo ni tiempo para esperar al Palio porque el reloj apretaba en la primera jornada y el Despojado ya regresaba al compás de la Laguna con su cruz de guía puntualmente plantada en las estrecheces del Arenal. En la encrucijada de Rodó con el Real de la Carretería se intuyó la primera lección magistral de la cultura del centímetro, un legado fabuloso de las semanas santas de otro tiempo que se está perdiendo en beneficio de otros enclaves con mas fama pero a todas luces menos bellos. Y todo fue igual de delicioso que la Sagrada Cena surcando el dédalo de callejuelas que forman Odreros, Boteros y Sales y Ferré, con las tres estampas distintas y sugerentes, con la armonía de Cigarreras acompañando al colosal paso de la cena, con el delicado conjunto vocal acariciando al diminuto Cristo Paciente y la elegancia romántica de las notas de Tejera tocando (fíjense la contradicción) una Saeta Sevillana a la Virgen del Subterráneo imaginando un Cachorro por el Puente.

Y así prosiguió el Domingo más esperado del año, anticipo de la primavera más gozosa. Con San Roque por la Cuesta del Rosario y el Palio de la Estrella cruzando la Avenida para adentrarse en el Postigo de su despedida de Sevilla. Con olor a patatas fritas recién hechas de la Juana y con los destellos del dorado refulgente del paso de misterio de las Aguas en la capilla del Dos de Mayo.

Y como colofón, las hermandades del Amor y la Amargura. La Amargura con la poesía musical que describiera Abel Moreno mientras imaginaba la "Madrugá" de Sevilla antes de perderse en el portalón de las monjitas que son las que la arrullan en su Dolor letífico; y El amor a en su entrada acariciando una saeta al portentoso Crucificado de Juan de Mesa. Lástima que para entonces eran intensos los primeros dolores de cintura y los pies tiernos tuvieran las primeras secuelas de los estrenados zapatos del Domingo de Ramos. Quizá este año haya que empezar la visita por el final. El Amor y la Amargura merecen una pausada deleitación.

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