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jueves, 11 de febrero de 2010

SAN ISIDORO, COMO AYER, COMO AHORA Y COMO SIEMPRE...









Cuando el sol del Viernes Santo busca el poniente, dándonos el mágico atardecer de cada día, en la Costanilla, uno de los tres lugares que según Cervantes tenía el Rey de las Españas por ganar en Sevilla, vuelve a abrirse el túnel del tiempo.

La alta Cruz de Guía, de tan particular y noble hechura, abre el camino que nos traerá el más bello tesoro escondido de nuestra Semana Santa, el tesoro de la perfección que nos conquista cada Viernes Santo y que permanece inalterable, la Virgen de Loreto...

La Costanilla es ya un hervidero de gente cuando las negras sombras avanzan, siguiendo el rito y la compostura aprendidas con los siglos, cultivadas quizás desde la infancia, cuando esa mano que hoy sostiene un cirio, un lejano Viernes Santo fueron manos inocentes que iban de la mano de un nazareno camino de la iglesia de San Isidoro, aprendiendo a ser cofrades.

La brisa de la tarde callada nos acaricia, cuando a lo lejos, se divisa la tercera y definitiva caída de nuestra Semana Santa, el cortejo avanza, trayéndonos como siempre la singular ilusión de volver a ver, a aquel nazareno que cae por tres veces, al señor de las Tres Caidas de San Isidoro¡¡¡

De pronto, el majestuoso paso del Señor se levanta, (alguien dijo alguna vez que este paso debería ser declarado monumento artístico de Sevilla ), y echa andar, la ciudad calla sobrecogida por la imagen que se acerca sobre esa alfombra del monte de claveles puestos para amortiguar su caída, aunque parece que de verdad ha caído sobre los adoquines de Luchana o de Javier Lasso de la Vega, y que a su paso por calle de Amargura, han brotado lirios, y calas sobre ese camino de cardos, espinas e inmundicias que Él recorre cargado con una cruz sobre los hombros por nuestras miserias mundanas. Nuestra mirada se clava en Él y su impresionante Cirineo (el mejor cirineo de Sevilla), su amparador inseparable, intenta aliviar su pesar para levantar la Cruz de nuestro pecados.

Cuando ya es noche plena de Viernes Santo, la Giralda vigila y Placentines aguarda bajo la luna el ansiado momento..., ya se acercan los ciriales y el silencio sólo es roto muy a lo lejos por alguna que otra voz infantil, el humo de los incensarios parecen trasladarnos en una nube que nos regala la visión del tesoro dorado de este Viernes Santo,el tesoro dorado que guarda a la Virgen de Loreto.

Parecen que son de siempre los bordados de sus bambalinas o el primor de su orfebrería dorada, de siempre la elegancia de Nuestra Madre de Loreto, esa que ya se representaba en aquellos grabados del XVIII.

Tras la levantá, echa a andar el palio con el compás justo, lo que nos hace deleitarnos y disfrutar al ver como la Casa de Oro se marcha entre nubes de incienso como levitando en el aire... tras ella su escolta de honores y el cortejo litúrgico, el palio se va alejando y nuestra mirada no cesa de mirar las formas perdidas que se lleva con ella esta Hermandad.

San Isidoro pasó, como ayer, como ahora y como siempre...

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